Espesuras de Humahuaca

Suelto la mano en este cofre y abandono la cámara. Me desarmo en la idea que me busca y no busco. Ensayo copos, hélices, gotas, vísceras, sismos. Finalmente trazo un rubor en blanco y negro. Me esfuerzo por fragmentar la rigurosidad que me aleja. Por hacer de esta incisión occidental no elegida un mapa cálido; y contentar a Barthes. Desmultiplico una decisión gráfica con el desmonte de una caricia. Batallo con enredaderas microscópicas que me excitan y asquean en un entramado inagotable que desconozco del tallo al pétalo propio. Todo por el recuerdo vivo de sentirme bocanada de aire en la quebrada de Humahuaca. Busco mi retrato en el azar propio de mi espasmo manual. Atravieso todas las barreras químicas superficiales por una reproducción sensitiva. El gorrito de lana que me regalaron con ternura, el único suéter que usé durante todo el viaje y los ojos relajados del viento seco comprenden el studium parodiado. Luego el labio nuclear casi partido de rito y vino, el apósito en la mejilla que punza y lo infotografiablemente humano: el frío terrenal que calma y sacia las percusiones alterables de la memoria presencial. Breve historia de un adolescente descreído que espera encontrar cierto nivel de espiritualidad intelectualmente permitida en estas tierras energéticas.
El aire, que es música soluble, enmarca los caminos de limpieza que recorre el didgeridoo que guardo en mi pecho desde el principio de mis tiempos mistéricos. La antropofagia primitiva que me incita a encontrar lo sagrado. Sustancias de nieve. Simbología Diaguita inhalada. Cacto en el puño. Soledad desértica. Soledad epidérmica. Venas raíces en comunión con las grietas. Purificación.

Fabro Tranchida.

Abril, 2009.