17 ene 2009

Flores de Cortázar



De muchachito se me educó con angustia católica escolástica patriótica. La culpa cristiana, agriando mis crayones, es una sensación recurrente cuando repienso la construcción discursiva de mi cuerpo niño. Me recuerdo como un muchachito tibio insidiosamente coercionado. Coercionado en las acotaciones del discurso, sin enmudecer el brote erótico, sexual, pero enseñándolo (hablándolo conmigo mismo) como un secreto culposo o juego insinuado. Así mi sexualidad se reducía en un nivel discursivo que, ansioso, se volvía casi práctico en el rito colectivo posterior al deporte: mi sexualidad la vivía en los vestuarios del club. Latigazos de toallas mojadas, el chiste del jabón peligroso frente a la dominación, algún travieso que te toca el culo, que te estira el boxer hasta colarlo en el enredo lúdico del descubrimiento mutuo, en la comparación de tamaños y la legitimación grupal de la hombría del que la tiene más grande.

Lo mismo me sucedía en las prácticas de taller en la escuela industrial a la que iba, donde no solo se me pretendía cristiano sino también conocedor de las labores dignas de un hombre, pero claro, mi tentación era poderosa. Y poco me importaba la carpintería o la electricidad ante el espectáculo de mis compañeros sudados y desnudos bajo el enterizo de trabajo a medio abrir. Se repetía la historia entonces, cuando alguno me apoyaba al pasar por el pasillo. “Como te gusta maricón”, me decía el activo casual. “Salí puto”, le contestaba, varonil, disimulando la dilatación y ocultando mi identidad.

Luego, ya egresado, conocí al chico de mi vida. Nos llenamos de flores leyendo a Cortázar y esas cosas. Y nos escribíamos poemas. En una ocasión, a raíz de mi atontamiento de enamorado, dejé olvidado en la cocina uno de los poemas que mi pareja me había escrito, firmado con un gigantesco “Te amo, Tincho”. Salí de ducharme y me encontré a mi madre con el texto en sus manos. “¿Qué es esto?”, preguntó, perpleja. Y atiné a responderle: “Es lo que es. ¿Qué queres que te diga?”. Así, dentro del propio entorno discursivo en que me escondía, se me halló sorpresivamente y se me sacó (sin chistar) a patadas del armario.



Fabro Tranchida, septiembre de 2008


Este texto fue publicado en la edición del 16 de enero de 2009 del suplemento de diversidad Soy del diário Página 12.

Link a la edición del 16 de enero del suplemento Soy
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/index.html

Link a mi texto
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-556-2009-01-17.html




3 dejar comentarios ))):

Anónimo dijo...

Bonito. bonito, bonito.

Anónimo dijo...

"Y poco me importaba la carpintería o la electricidad ante el espectáculo de mis compañeros sudados y desnudos bajo el enterizo de trabajo a medio abrir."
Me tienta un poco eso... lastima que egrese bachiller en humanidades y no en industrial, lo que me perdi...
Fuera de chiste, y "tarde, pero seguro" queria felicitarte por la publicacion de este textito en la SOY.
Nos estamos escribiendo/viendo/escuchando
Saludos
Mati Abt

Mariano Tenconi Blanco dijo...

"Se repetía la historia entonces, cuando alguno me apoyaba al pasar por el pasillo. “Como te gusta maricón”, me decía el activo casual. “Salí puto”, le contestaba, varonil, disimulando la dilatación y ocultando mi identidad".
Muy bueno, besos